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11 Días entre biólogos

Descubriendo la riqueza del Bosque Protector Golondrinas

Un atardecer espectacular, de los que pocas veces había visto en mi vida, nos recibió a nuestra llegada a El Morán, un caserío ubicado a 37 km de El Ángel, lugar al que llegamos después de pasar el hermoso páramo del Carchi habitado por frailejones y polylepis, y en el que dormiríamos por una noche previo a emprender nuestro viaje final hasta el Bosque Protector Golondrinas. Ese Bosque que nos acogió del 25 de julio hasta el 2 de agosto, tiempo en el que se recopiló información y se muestrearon especies en las áreas de herpetología, ornitología, botánica y mastozoología.

El Morán fue el último contacto cercano con lo que llamamos civilización. Era la última vez que dormiríamos en una cama con colchón, tendríamos electricidad y agua caliente disponible, lo que sin duda fue aprovechado por los 10 funcionarios del Instituto Nacional de Biodiversidad, entre ellos nueve técnicos-biólogos, y yo, un comunicador social. Aquella noche, del 24 de julio,  fue placentera, conversaciones de todo tipo surgieron, pero siempre predominó el tema medio ambiental, las especies que existen en el lugar, y cómo será el ingreso hasta el Bosque Protector, un lugar que me causaba algo de emoción y temor.

La mañana del 25 de julio inició muy temprano, nuestra mirada estaba puesta en el objetivo, el Bosque Protector Golondrinas. Ya muchos de nosotros teníamos los equipos electrónicos bien cargados y nuestra vestimenta acorde para lo que se viene, las botas de caucho son esenciales para este tipo de lugares. Las camionetas estaban listas, embarcadas con los materiales que utilizarán los biólogos en sus tareas, y por supuesto, no menos importante, nuestra alimentación que había sido comprada con anterioridad. Un buen biólogo también es un buen administrador, y quedó demostrado a la hora de calcular la alimentación de 14 personas, digo ese número porque nos acompañarían tres guías locales y doña Esther, que nos tendría la comida calientita, todos los días.

Después de aproximadamente 30 minutos de viaje, por una camino de tercer orden, llegamos al sendero que nos llevaría a nuestro refugio, ubicado a los 2849 metros sobre el nivel del mar.  Descargamos los insumos de las camionetas y cada uno tenía ya su equipaje, que pesaba no menos de 30 kilos. Lo demás sería llevado por caballos y los guías. Iniciamos la travesía hacia un bosque húmedo templado montano bajo, atrás quedaba los últimos rezagos de civilización, adelante teníamos pequeños ríos, arroyos, cascadas y una cantidad de flora sorprendente, sin duda ese fue el aliciente que me acompañaría las próximas dos horas de camino. Sí, ese era mi aliciente porque a veces el trabajo de un comunicador es demasiado cómodo, contar historias desde un escritorio, pero esta vez cambiaba la situación, quería contar la vida de esos biólogos y técnicos del INABIO. Ellos que tienen como aliciente descubrir nuevas especies, la conservación y la investigación.

Un poco más de dos horas de caminata, y al fin tenía al frente la pequeña cabaña donde viviríamos los 9 días siguientes. La señora Esther nos esperaba con una refrescante limonada, hecha con agua de la cima de la cascada, esa caída de agua que nos habíamos encontrado en el camino. Estaba ya en ese Bosque protector que forma parte de la Cuenca Binacional Mira-Mataje y de la Bioregión del Chocó y los Andes tropicales, donde existen 248.372 registros de 5.281 especies de fauna y flora, de las cuales 1.083 son endémicas y 680 amenazadas.

Infografía: Francisco Mosquera J., Fotos especies: Christian Paucar., Fotos campo: Ricardo Flores. INABIO 2023

Esa pequeña cabaña de madera tenía todo lo indispensable para que cada uno realice su trabajo sin inconvenientes, pero con algo especial, estar rodeados de naturaleza, con el cerro Golondrinas de fondo y con la posibilidad de conocernos un poco más cada uno de los compañeros de ese viaje. Quizás, eso te permite estar alejado de la tecnología; palpar el lado más humano de las personas. Convivir es lo que hicimos, en un cuarto no de más de 8 x 15 metros se instalaron las carpas, si las carpas, porque dormir sin ellas sería imposible, habían demasiados zancudos y tábanos que querían una probadita de los citadinos, al final de cuentas seguimos siendo eso. Yo, inexperto aún en estas ligas, no había llevado carpa, así que Jorge Brito, mastozoólogo del INABIO, me invitó a su condominio, aún no arreglamos el tema del arriendo. Así, cada uno hizo lo más placentero su lugar de descanso, y por supuesto, adecuó su lugar de trabajo. Unos en la mesa del comedor, otros cerca de chimenea, la idea era sentirse a gusto.

Mi objetivo de este viaje, a más de conducir la camioneta que trasportaría a 4 investigadores, era tomar fotografías del trabajo que se realiza en campo. Durante los siguientes días acompañé a los herpetólogos, ornitólogos, botánicos y mastozoólogos en sus tares. Sin duda, cada una de ellas tiene su complejidad. Por ejemplo, salir con Miguel Úrgiles y Christian Paucar, herpetólogos del INABIO, a “sapear”, como ellos hablan de su trabajo, tiene su encanto, pero también su dificultad.  Sus tareas comienzan cuando los demás ya están en el campamento. Salir en la oscuridad del bosque, acompañado de linternas por senderos recién abiertos o que se abren de acuerdo a la necesidad, es digno de aplauso. En el camino ir muestreando y colectando especies de anfibios y reptiles, dentro de ellas quizás una nueva, es lo que les llena de satisfacción. Su trabajo en la noche terminaba a las 00:00 o a las 01:00, pero en el día, aquellos animales que se colectaban, se preparaban para su conservación, entre eso la toma de fotografías, muestras, y más. Sus labores muchas veces van más allá de las 10 horas.

Foto: Ricardo Flores – INABIO 2023

Foto: Mario Yánez Muñoz

La misma tarea la tenían Jorge Brito y su equipo. Expertos en abrir senderos complejos y poner sus trampas; las Sherman, Tomahawk, redes de neblina para murciélagos y cámaras trampa para mamíferos grandes. Un trabajo para nada fácil, un trabajo de mucho esfuerzo, que lo realiza sin duda una persona comprometida con su profesión. Ser experto con el machete, saber dónde y cómo poner las trampas sin duda también lo dice la experiencia. Fue satisfactorio escuchar de Jorge, el más veloz de la selva o del campo, que dos de las especies colectadas en el Bosque Golondrinas podrían fortalecer la información para nombrarlas como nuevas para la ciencia.  Dos más para su gran historial de publicaciones. “Hemos cumplido con las expectativas de nuestro trabajo. Este bosque está aún muy conservado, y dentro de las especies que hemos registrado al menos dos serían nuevas. Estas dos  contribuyen con datos e información para otras iguales que han sido colectadas en otros lugares cercanos”, manifiesta Jorge.

Sin duda, nos equivocamos mucho cuando pensamos que la investigación únicamente se hace en un laboratorio, sin duda que convivir cada uno de esos días con investigadores que tienen este nivel y son parte del INABIO, es enriquecedor. Así como enriquecedor fue aprender a colocar y retirar redes-trampa para aves, aquellos hermosos seres que nos despertaban con su música en la mañana y llenaban de color los cielos del Golondrinas. Aquí el experto era Andrés Marcayata, ornitólogo asociado al INABIO, que identifica con facilidad cada una de las especies colectadas, bueno esa fue una virtud de cada uno de los biólogos, no lo puedo negar. En este grupo lo importante es saber madrugar, para incluso registrar el canto de las especies y hacer un inventario más completo. Muy placentero fue tener entre las manos un sinnúmero de aves que en mi vida habría imaginado, de todos los colores, de todos los tamaños, muchas de ellas en peligro por mano del hombre. “Hemos hecho un levantamiento de información de la avifauna en este sector. Aquí hay un promedio de al menos 280 especies de aves y eso gracias a que el bosque está muy bien conservado”, comenta.

No podía dejar de lado, a nuestro botánico, Jorge Luis Páez. Su trabajo es muy complejo y uno de los personajes que recorrió todos los senderos en búsqueda de las plantas más llamativas para seguir incrementando el repositorio del Herbario Nacional del Ecuador- INABIO, uno de los más grandes del país y que consta de aproximadamente 250.000 ejemplares. La misma está constituida por muestras de flora, hongos, líquenes y briófitos y la colección de tipos, lo que constituye un Patrimonio Científico Nacional de incalculable valor. Cargado una cortadora que fácilmente pesaba unos 10 kilos y llegaba a los 8 o 10 metros, recorría haciendo los transectos necesarios para medir ciertos parámetros de un determinado tipo de vegetación.

Sin duda, entender y comprender lo difícil del trabajo de un investigador es la base para darle su valor. Esta fue una de las tantas salidas que forman parte del proyecto de “Conservación de la Biodiversidad en las Cuencas del Río Mira-Mataje”, financiado a través de MacArthur Foundation y ejecutado por el Consorcio Binacional para la Conservación de la Cuenca Mira-Mataje, del cual INABIO forma parte, que busca recopilar, analizar y organizar la información biofísica disponible en el sector y en los servicios ecosistémicos seleccionados, generación de información biofísica para eliminar las lagunas de conocimiento e identificar áreas prioritarias para conservación.

La diversidad de flora (4.016 spp.) y fauna (1.265 spp.) de la cuenca binacional Mira- Mataje equivale al 10% de las plantas y 26% de los vertebrados en los hotspots de biodiversidad de los Andes tropicales y el Chocó. Esta cuenca cubre un área del 0,07% de ambos hotspots de biodiversidad combinados. El mosaico ecosistémico influye en la distribución de la flora y la fauna, incluye los biomas siempre verdes de las tierras bajas del Chocó (es decir, la cuenca baja de Mira) y los bosques montanos bajos de las estribaciones occidentales de los Andes (es decir, la cuenca media cuenca de Mira). Sin embargo, saber esto quizás es de poco interés para las personas que no están relacionados con el tema, pero es muy necesario entender que estos lugares siguen siendo importantes, por sus aportes ecosistémicos y que su investigación siempre será necesaria para su conservación.

Se terminaron 11 días de convivencia con personas que realmente son apasionados con su trabajo y su profesión, la única en la que no te puedes equivocar. Es una profesión que no está hecha para todos, es una profesión para unos pocos porque las salidas de campo implican dejar de lado a la familia, dejar de lado las comodidades, estar desconectados de la realidad. No habría sobrevivido de esta excursión sin en el apoyo del equipo del INABIO, de los guías. Con los primeros entendí el valor científico de la biodiversidad, con ellos pude sentir de cerca al puma y sus cachorros, escuchar a los monos aulladores, al oso de anteojos, y todas las especies de aves, ratones, anfibios, reptiles y plantas inimaginables. Con los segundos,  saber que aún hay personas a las que les importa tener su bosque intacto, aquellos que entienden que el desarrollo va más allá de la explotación de recursos. Aquellos que entienden que aún se puede vivir de la naturaleza, sin dañarla.

Unidad de Comunicación Social
Instituto Nacional de Biodiversidad, entidad adscrita al Ministerio del Ambiente, Agua y Transición Ecológica

Datos de contacto:

Ricardo Flores
Analista de Comunicación
Email:  ricardo.flores@biodiversidad.gob.ec