Felipe Campos, el naturalista del INABIO que ejerce su profesión desde niño
“Soy un naturalista desde que recuerdo. He pasado la mayor parte de mi vida estudiando en la naturaleza. Me gusta mucho el comportamiento animal y humano, la ecología, la antropología y la historia, pero mi mayor afición siempre fue la zoología”, así se describe Felipe Campos, investigador del Instituto Nacional de Biodiversidad (INABIO), a quien en su honor nombraron una rana de cristal descrita en el mes de mayo en La Enramada, provincia de Azuay.
Esa ranita de hocico redondo en vista lateral, raya labial delgada y amarillenta con una hilera de tubérculos blancos entre el labio y la inserción del brazo; dorso verde uniforme con espículas dispersas, ornamentación blanca en antebrazos y piernas, lleva el nombre de Centrolene camposi, que hace un reconocimiento a la trayectoria de este zoólogo ecuatoriano. “Sin duda lo que más me emociona es saber quienes me la dedican. Recibir este reconocimiento de parte de Diego Cisneros, Mario Yánez, Juan Carlos Sánchez y Santiago Ron es lo más gratificante. Son investigadores a los que conozco hace 20 o 30 años. Incluso, uno de ellos recibió clases conmigo”, comenta.
Felipe, Felipito o Felipao, como también se le conoce, siempre al saludar te brinda una sonrisa; esa sonrisa franca que expresa sinceridad, amabilidad y seguridad. Preguntarle cuándo nació su pasión por la Biología, es llevarle a vivir nuevamente a su niñez. “Llevo ejerciendo esta profesión desde que nací” señala entre risas, y nos habla de la inspiración generada por su hermana mayor y un hecho casi trágico que marcó su vida.
“Cuando mi hermana mayor ingresaba a estudiar en la Universidad la carrera de Biología, yo tenía como 6 años, y después de ello, hay un momento crítico de mi vida. Al cumplir 7 años en un accidente me quemé la cara, estuve meses en tratamiento a la sombra, no podía ir al colegio, y cuando regresé a los estudios era un monstruo por las secuelas de ese accidente”. Aquello que nos relata Felipito, sin duda afectó sus relaciones sociales y la destrucción de su círculo de amigos. “Nadie se acercaba a jugar conmigo”, nos dice.
Aquel investigador, de estatura mediana, nos relata que a los 8 años era un niño introvertido, que no hablaba con nadie, y como una estrategia de sobrevivencia construyó su propio mundo. “Uno de los juegos más grandes que tenía al llegar casa, era abrir un libro de animales y meterme dentro de una foto o dibujo, me la quedaba mirando 4 o 5 horas, pero realmente estaba jugando con ese animal, pura imaginación”. Ese detalle fue significativo en su época de universitario pues muchos de los textos con lo que había vivido desde niño eran textos de malla curricular en la Universidad.
“Entonces, yo ya había vivido con esos animales, y lograba entender su comportamiento. Había vivido con esos textos toda mi vida, lo que me llevó a aprender más en el campo que en las aulas. Aprendí observando las cosas y preguntándome sobre ellas”, y es que esa convicción va de la mano con la profesión a la que ama y a la que Felipe lo califica como una diversión.
Una profesión que señala, le ha dado libertad. “Me encanta la ecología, que la entiendo como un flujo de energía dentro de un sistema, todo está interconectado y evidentemente también la humanidad, tal cual la película Avatar. Todo lo que tú haces tiene un efecto, todo lo que sucede es por algo. Las cosas se incrementan o decrementan, las cosas desaparecen o aparecen porque hubo un desencadenante”, nos señala Felipe, quien afirma que su profesión ha hecho que los domingos no sean días tétricos como sucede con la mayoría de personas, que le ha llevado a conocer casi completo a nuestro país, y que, como lo enfatiza, es perfecta.
“Yo vivo en el campo, me gusta trabajar en el campo. Es totalmente necesario, es mi elemento, aunque no siempre es posible porque muchas veces me ha tocado ser papá, mamá, y hoy estoy cuidando a mi madre que tiene 95 años”. En ese sentido, destaca que lo profesional ha sido una diversión, pero sin duda construir buenos seres humanos, será su legado.
Al llegar a este punto, la tasa de café que habíamos pedido al inicio de la conversación está casi terminada y ya van dos o tres cigarrillos fumados, y es cuando nos habla de su mayor orgullo: sus hijas. Al hablar de ellas, su semblante cambia, y nos hace fácil poner en similitud su rostro con el rostro del “Gato con Botas” en una escena graciosa de la película Sherk, con la diferencia que la del investigador del INABIO no buscaba recompensa.
“Mis hijas me dijeron una vez que yo soy mejor mamá que papá, pero que de cualquier manera era mejor amigo que mamá. Esto para mí fue brutal, siento que valió la pena dejar muchos años de lado mi profesión en el campo para hacer trabajos de escritorio. Dejé de hacer posgrados y me dediqué a pasar el tiempo con los hijos para enseñarles a ser seres humanos y no borregos, a no conformarse con lo que la sociedad les ofrece día a día”, comenta emocionado.
Felipito ahora en el INABIO estudia la respuesta de las poblaciones de animales de los bosques tropicales frente al impacto humano, y en sus tiempos libres, como él lo señala entre risas, persigue saltamontes para ver sus genitales. “Quiero ejercer está profesión siempre. Sigo estudiando. Todos los días aprendo algo. Mi mayor pasión es enseñar, no necesariamente a científicos sino a gente que necesita ese conocimiento para ser mejores personas”, concluye nuestro destacado zoólogo libre pensador y apasionado conservacionista. Sus colecciones biológicas se encuentran depositadas en los principales museos del país, y ha dejado un legado de aportes a la conservación de la biodiversidad a lo largo de su vida.
Unidad de Comunicación Social
Instituto Nacional de Biodiversidad, entidad adscrita al Ministerio del Ambiente, Agua y Transición Ecológica